Mujeres mutualistas: hacia la equidad en la Economía Social

En una breve reseña histórica y contemporánea, analizamos el rol actual que ocupan las mujeres en las entidades de la Economía Social ¿Existe otra economía posible sin equidad de género?
Según el artículo 2° de la Ley de Mutualidades Nº 20.321, “son asociaciones mutuales las constituidas libremente sin fines de lucro por personas inspiradas en la solidaridad, con el objeto de brindarse ayuda recíproca frente a riesgos eventuales o de concurrir a su bienestar material y espiritual”. En consonancia con esta proposición, la socióloga y coordinadora del área de Estudios de género en FLACSO (Chile), Teresa Valdés, en su libro “De lo social a lo político: la acción de las mujeres latinoamericanas”, comenta que a principios del siglo XIX, en un contexto general de exclusión del movimiento obrero, y siguiendo la experiencia de los países europeos, en América Latina aparecen las mutuales entre las primeras asociaciones de mujeres obreras y trabajadoras. Éstas surgen de un intento de socorrerse entre ellas ante la frágil situación caracterizada por la inexistencia de un sistema de previsión estatal, además de la precariedad de las condiciones laborales, que en muchas ocasiones fueron peores para las mujeres que para los hombres.
Datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señalan que la población económicamente activa femenina representa un 52 por ciento a escala regional, seguida de un 29 por ciento de mujeres dedicadas a los quehaceres domésticos, mientras que solo un 16 por ciento estudia. En tanto, la jornada laboral remunerada de las mujeres es inferior a la de los hombres, debido principalmente al tiempo que demandan las responsabilidades familiares. Las horas de trabajo en el hogar aún no se miden, lo que invisibiliza la doble jornada de las mujeres. En el promedio urbano regional, las horas trabajadas por hombres y mujeres presentan una diferencia de cerca de siete horas semanales. Las mayores brechas entre la jornada remunerada femenina y la masculina son las que existen en Argentina, Costa Rica y Perú, países en los que difieren cerca de 10 horas.
La coordinadora de la Comisión de Equidad de Género de la Confederación Argentina de Mutualidades (CEG-CAM), Nora Landart, afirma que durante los últimos dos años, se llevó a cabo un proceso vertiginoso por “visibilizar el protagonismo y la participación de la mujer en el interior de las organizaciones y en los Consejos Directivos”. Eso permitió poner de manifiesto el reclamo, y que los hombres que siguen prevaleciendo en las entidades comiencen a generar los espacios donde las mujeres puedan empoderarse para conducir las organizaciones. En este sentido, según estudios preliminares provistos por el Observatorio de la CEG-CAM “alrededor de un 13 por ciento de las mujeres conducen las entidades mutuales. Aún hoy la brecha sigue siendo muy importante”.
Sin embargo, existe un reconocimiento de la labor que vienen realizando las mutualistas, factor ineludible para poder avanzar en la redistribución de los lugares de decisión. “La posibilidad de prosperar está dada por los espacios de oportunidades que van generando los varones con espíritu democrático, como así también, la sonoridad de las mujeres que hacen oír su voz frente a los obstáculos que se les van presentando”, argumenta Landart.
Las mujeres mutualistas argentinas son parte de un movimiento más amplio que aglutina también a las cooperativistas, en lo que se denomina el “Movimiento de Mujeres de la Economía Social y Solidaria”. Acompañan al cooperativismo que está pronto a lograr el 30 por ciento de la representatividad femenina en sus Consejos de Administración. Por su parte, la Mutualidad todavía sigue sin conseguir un marco legal que garantice el cupo y la paridad de las directivas en las entidades, lo que empujaría a la burocracia administrativa para lograr ese cometido.
Desde los orígenes, las entidades de la Economía Social, basadas en los principios de igualdad y solidaridad, han marcado el camino hacia un modelo de desarrollo económico más inclusivo y equitativo. Sin lugar a dudas, las mujeres, como parte de ese movimiento y portadoras de esta herramienta, hoy más que nunca son partícipes fundamentales en el fortalecimiento de una economía humanitaria que da impulso al progreso soberano de nuestros pueblos.