“SI UN LIBRO NO LE HACE NADA AL LECTOR, NO SIRVE”

Angélica Gorodischer nos recibió en su casa en la zona sur de Rosario. Un diálogo literario con la escritora argentina de 87 años, que comenzó con una referencia a “Cruce de caminos” (libro que el entrevistador llevaba en mano) y terminó con sus comienzos en la escritura. Toda una peripecia, “requerimiento básico de un buen cuento” según Angélica.

“Mirar la historia con los ojos de la ficción y contarla con las herramientas de la literatura”, dice en la contratapa de Cruce de Caminos. ¿Ésa es su clave? 

Sí, uno tiene que meterse no en el personaje, sino en el momento. Yo me imaginé esa situación entre Kublai Khan y Marco Polo; no tienen porqué no estar acá (en un bar de Rosario). Yo entro al bar y digo (sorprendida): “¡Mirá quién está ahí!”. Entonces, me siento cerca y dejo que hablen… y ellos hablan. Es tan fácil como eso.

¿Habitualmente, en todos sus libros, acude a esta técnica?

Sí, con los personajes sí. Al personaje hay que dejarlo hablar, ya lo dijo el señor Jorge Luis Borges. Yo adhiero a eso. No es fácil, porque hay que vencer muchas barreras que uno tiene…

¿No tiene límites el personaje?

Yo creo que no; hay que dejarlo a ver qué pasa. No se puede decir: “Yo le hice decir tal cosa al personaje”. No, no es posible. Ese personaje que vos hacés tiene una psicología, una manera de vivir y de pensar. Hay que dejar la mente en blanco y el personaje habla. A mí me pasó con Trafalgar: un día, yo me iba a trabajar y mis hijos adolescentes estaban con la música a todo lo que daba. Era una linda música, pero insoportable. Entonces, abrí la puerta y ahí les pregunté: “che, ¿qué es esa música?”. Y mi hijo Horacio me dijo: “`Trafalgar´, por los Bee Gees”. Y ahí tuve el cuento. Trafalgar entró en ese momento y me dijo: “Che, loca, ¿tenés café?”. Y ya está (Risas).

Pero de alguna manera en cada personaje influyen las circunstancias del escritor, ¿no?

Claro, por supuesto. Está todo mezclado allí. Yo cuento tal como me suceden a mí las cosas. Y como creo que da resultado, pero dejar hablar al personaje me parece absolutamente necesario.

Usted cita a menudo que “en todas partes hay un cuento”… 

Sí, O. Henry decía eso. Es cierto, en todas partes hay un cuento. Pasa que una está siempre inclinada a encontrar el cuento. Mirá esa gorda que pasa por ahí de vestido rosa: eso es un cuento sensacional. Hay que pensar en la peripecia, en lo que va a pasar, que es el requerimiento básico. Umberto Eco, que fue uno de los amores de mi vida, decía que de chico competía con un amigo para ver quién leía el cuento más serio, más difícil, más oscuro; pero punto y aparte aclaraba: “A mí me gustaba `Los Tres Mosqueteros`”. Y tenía razón: a mí también me gustan “Los Tres Mosqueteros”. Porque lo básico que uno busca es qué va a pasar.

¿Y cómo hace usted para transmitir ese misterio en la escritura? 

Yo me siento y escribo…

¿Pero en qué se inspira? 

Ah, no, yo no me inspiro; yo laburo. La inspiración no existe, hay que laburar.

¿Y en qué basa ese trabajo?

Y… vamos a ver, me asomo ahí (señala la ventana de su casa) y te digo, en base a lo que veo, oigo, vivo… menos en la televisión, que es una fábrica de pelotudeces. Yo trabajo. Yo sostengo que la inspiración no existe. Si no ponés el traste en la silla, no hay inspiración que valga.

Desde “Cuentos con soldados” (1965) hasta “Las Nenas” (2016), ¿cómo definiría su evolución?

“Cuentos con soldados” era ingenuo, era el primer libro. No estaba del todo mal, no era un bodrio, estuvo bien que me dieran el premio, lo merecía (Risas). Pero claro, era un libro primerizo. Yo me sentía una mezcla de Shakespeare y Cervantes… por suerte, se me pasó en seguida; menos mal. Desde entonces hasta ahora, es como si fuéramos dos personas distintas: la que era yo en ese entonces y la que soy ahora. He aprendido y practicado mucho; he escrito 30 libros y he dado conferencias, he tenido becas Fullbright. Y todo eso influye en la vida y cuando una escribe, salen.

¿Qué disfruta más a la hora de escribir hoy en día?

Ahora estoy escribiendo cuentos a todo lo que da. Ya tengo otro libro de cuentos terminado.

¿Qué se puede contar de él?

Que es un libro muy raro. Nació del impulso de algunas cosas y me tiene muy entusiasmada, porque tiene una visión del lenguaje un poco diferente. Estoy muy contenta con ese libro, pero no puedo decir más nada.

¿Cómo se titula?

“Coro”.

En base a…

Al coro (Risas). A todas las voces.

¿Tiene un libro preferido de los suyos? 

Sí, “Prodigios”. Se publicó en España, Inglaterra y Estados Unidos.

¿Qué tienen en común todos sus libros?

La intención que yo tengo al escribir, que es escribir sobre lo inexplicable. Yo no quiero cambiar el mundo, no escribo para ser famosa ni para llenarme de guita; yo escribo para escribir. Es mi manera de vida, desde chica. Y yo quiero seguir escribiendo.

Para el que aún no lo leyó “Las Nenas”, ¿de qué trata?

Son cosas que les pasan a las nenas. En general, las cuentan las nenas, pero también hay cuentos contados por una mujer grande que cuenta lo que le pasó cuando era una nena. Y hay, incluso, un cuento contado por un hombre grande al que le pasa algo con una nena. Las nenas son todas distintas (…) Yo estoy un poco cansada de las mujeres vencidas; todas terminamos suicidadas, alcohólicas. Hay minas que logramos lo que queremos.

¿Es menos machista la sociedad de hoy? 

No, no. Los tipos siguen siendo machistas. Lo que pasa es que las minas hemos reaccionado. En mis momentos de optimismo, pienso en todo lo que hemos logrado, y en mis momentos de pesimismo pienso “carajo, todo lo que nos falta”. Pero vivimos en una sociedad falogocéntrica, donde cada una tiene que pelear su terrenito de acuerdo a sus medios. El feminismo tiene mala prensa porque el machismo se ha ocupado de eso.

Usted contó que cuando era chica, los libros eran considerados atractivos, casi como un juguete. En los chicos de hoy en día, ¿cree que ha cambiado esa concepción?

Yo creo que siempre hay una población que lee. Los jóvenes, por ejemplo, leen mucha poesía. No es que nadie lea nada. Ahora leen mucho en la computadora; a mí me gusta comprar libros e ir a la librería, pero hay un montón de libros en Internet que se pueden bajar gratis. Hoy, un libro cuesta 400 mangos.

¿Cómo y cuándo fue su inicio en la escritura?

Yo nací entre libros. Los libros eran mis compañeros. Y leyendo Las Minas del Rey Salomón, descubrí que quería ser escritora. Tendría entre 6 y 7 años. Vivía en un departamento clase media, muy bonito, pero esto era la aventura, las joyas, las batallas, el misterio. Entonces, a partir de ahí decidí escribir. Y seguí leyendo, leyendo y leyendo, porque si no hay lectura, no hay escritura. Cualquier puede escribir, pero eso no será literatura si no hay atrás un caudal obsesivo de lectura. Entonces, si hay un caudal de lectura y te ponés a laburar, puede ser que de ahí salga un escritor o escritora. Y yo empecé a leer a los 5 años y nunca me detuve. Leía todo, libros que había en mi casa, de los que no entendía nada: ensayos, biografías, filosofía, sociología. Pero no importaba; a mí me interesaba poder descifrar las palabras y eso era mágico.

Es la mejor escuela para un joven que aspira a ser escritor…

Sí, que lea. Nada de talleres. No critico a los talleres, pero yo tengo grupos de reflexión sobre la escritura, que da muy buenos resultados. Yo no le enseño nada a nadie, porque es imposible enseñar a ser escritor. Se puede ahorrarles tiempo, pero otra cosa, no.

¿Qué debe tener un libro para ser exitoso?

Para ser exitoso, no sé, porque hay cada libro que ha sido exitoso… En general, el éxito de un libro es sospechoso. Yo primero voy a ver de qué se trata. Hay libros que tienen mucho éxito y son una bazofia. O que son regulares. El libro tiene que tener algo que lo toque al lector; que lo toque, no sé dónde, pero que le dé rabia, gusto, curiosidad, miedo, que le dé o le cambie algo. Si un libro no le hace nada al lector, no sirve. Cuando un libro se vende a roletes, yo desconfío.